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jueves, 3 de noviembre de 2011

MISA POR LOS CARDENALES Y OBISPOS DIFUNTOS



CIUDAD DEL VATICANO, 3 NOV 2011 (VIS).-Como es tradicional en estas fechas, el Papa visitó ayer tarde las grutas de la basílica vaticana, lugar de sepultura de diversos pontífices, y esta mañana celebró en San Pedro la misa por los cardenales y obispos que han fallecido en este año.

  El Santo Padre recordó a los cardenales Urbano Navarrete, S.I., Michele Giordano, Varkey Vithayathil, C.SS.R., Giovanni Saldarini, Agustín García-Gasco Vicente, Georg Maximilian Sterzinsky, Kazimierz Świątek, Virgilio Noè, Aloysius Matthew Ambrozic y Andrzej Maria Deskur, y comenzó su homilía comentando el pasaje del evangelio de San Marcos en que los apóstoles tenían miedo de preguntar a Jesús el significado de la frase: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres que lo matarán, pero una vez muerto, resucitará después de tres días”.

  “Frente a la muerte, nosotros también experimentamos los sentimientos e ideas dictados por nuestra condición humana –dijo- .Y siempre nos sorprende y nos supera un Dios que se acerca tanto a nosotros que no se detiene ni siquiera ante el abismo de la muerte, sino que lo atraviesa, permaneciendo dos días en el sepulcro. Aquí, justo aquí, se cumple el misterio del ‘tercer día’. Cristo asume hasta el final la carne mortal para revestirla de la potencia gloriosa de Dios, del viento del Espíritu vivificador que la transforma y la regenera”.

   La muerte de Cristo es “fuente de vida, porque en ella Dios ha arrojado todo su amor, como en una cascada inmensa (...) El abismo de la muerte se colma con otro abismo todavía más grande: el del amor de Dios, de forma que la muerte no tiene poder alguno sobre Cristo ni sobre los que, por la fe y el bautismo, están unidos con El. ‘Si morimos con Cristo –dice San Pablo- creemos que también viviremos con El’”.

   “En realidad esa esperanza encuentra sólo en Cristo su fundamento real –comentó el Papa-. Antes corría el peligro de limitarse sólo a una ilusión, a un símbolo tomado del ritmo de las estaciones (...) En cambio, la intervención de Dios en el drama de la historia humana no obedece a ningún ciclo natural, obedece solamente a su gracia y a su fidelidad. La vida nueva y eterna es fruto del árbol de la Cruz (...) Sin la Cruz de Cristo, toda la energía de la naturaleza es impotente frente a la fuerza negativa del pecado. Era necesaria una fuerza benéfica más grande que la que preside los ciclos de la naturaleza; un Bien más grande que el de la creación: un Amor que procede del corazón mismo de Dios y que mientras revela el sentido último de lo creado, lo renueva y lo orienta a su meta originaria y última”.

   “Todo esto sucedió en esos ‘tres días’ en que ‘la semilla de trigo’ cayó en tierra, permaneció allí el tiempo necesario para colmar la medida de la justicia y la misericordia de Dios y finalmente produjo ‘mucho fruto’,  no quedándose solo, sino como primicia de una multitud de hermanos (...) Ahora sí, gracias a Cristo (...) las imágenes inspiradas por la naturaleza no son sólo símbolos ni mitos ilusorios: nos hablan de una realidad”.
HML/        VIS 20111103 (530)

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