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domingo, 3 de junio de 2012

El ESTADO HA DE RECONOCER LA IDENTIDAD PROPIA DE LA FAMILIA FUNDADA SOBRE EL MATRIMONIO



Ciudad del Vaticano, 2 junio 2012 (VIS).- Este sábado por la tarde, en el arzobispado de Milán, el Santo Padre mantuvo un encuentro con representantes de diversas autoridades institucionales, civiles y militares, de empresarios y trabajadores, del mundo de la cultura y de la sociedad lombarda.

Benedicto XVI centró su discurso en los principios del buen gobierno legados por San Ambrosio, gobernador en el s. IV de las provincias de Liguria y Aemilia con sede en la ciudad imperial de Milán. Principios que son “aún preciosos” para los dirigentes actuales. La primera cualidad de quien gobierna ha de ser la justicia, “virtud pública por excelencia porque se refiere al bien de toda la comunidad”. Ha de estar acompañada por el amor a la libertad, que distingue a los gobernantes buenos de los malos: “La libertad (…) es un derecho precioso que el poder civil debe garantizar. Pero libertad no significa arbitrio del individuo, sino que implica más bien la responsabilidad de cada uno. Se encuentra aquí uno de los principales elementos de la laicidad del Estado: asegurar la libertad para que todos puedan proponer su visión de la vida común, dentro del respeto a los demás y en el contexto de leyes que miran al bien de todos”.

Para garantizar el bien común, las leyes del Estado “deben encontrar justificación y fuerza en la ley natural, fundamento de un orden adecuado a la dignidad de la persona humana”, ya que de una concepción meramente positivista no se pueden derivar indicaciones de carácter ético. El Estado ha de servir y tutelar a la persona en todos sus aspectos, “comenzando por el derecho a la vida; nunca se puede consentir su supresión deliberada”. Asimismo, está llamado a “reconocer la identidad propia de la familia, fundada sobre el matrimonio y abierta a la vida, así como el derecho primario de los padres a la libre educación y formación de los hijos. (…) No se hace justicia a la familia si el Estado no sostiene la libertad de educación por el bien común de toda la sociedad”.

La Iglesia ofrece su colaboración al Estado -manteniendo cada uno su propio papel y sus finalidades- mediante su doctrina, su tradición, sus instituciones y sus obras, con las que se ha puesto al servicio del pueblo. “Basta pensar -ha dicho el Papa- en la cantidad de santos de la caridad, la escuela, la cultura, el cuidado de los enfermos y los marginados, servidos y amados como se sirve y se ama al Señor. (…) Las comunidades cristianas promueven estas acciones (…) como gratuita sobreabundancia de la caridad de Cristo y de la experiencia totalizante de su fe. El tiempo de crisis que estamos atravesando necesita, además de valerosas decisiones técnico-políticas, de gratuidad”.

Finalmente, Benedicto XVI subrayó que San Ambrosio recomienda a quienes quieren participar en el gobierno y la administración pública que se hagan amar: “Lo que hace el amor, no podrá lograrlo nunca el miedo”. Por otra parte, la razón que mueve a entrar en los distintos ámbitos de la vida pública “no puede ser sino la voluntad de dedicarse al bien de los ciudadanos, y, por tanto, una expresión y un evidente signo de amor. Así, la política se ennoblece profundamente, convirtiéndose en una elevada forma de caridad”.

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