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lunes, 26 de noviembre de 2012

EL REINO DE CRISTO NO ES PODER MUNDANO, SINO AMOR QUE SIRVE

Ciudad del Vaticano, 25 de noviembre 2012 (VIS).-Esta mañana a las 9,30, Benedicto XVI ha presidido en la basílica de San Pedro, la concelebración eucarística con los seis nuevos cardenales creados en el consistorio del 24 de noviembre. Al principio de la Santa Misa, el cardenal James Michael Harvey, arcipreste de la basílica papal de San Pablo Extramuros, el primero de los nuevos cardenales, saludó al Papa en nombre de todos los purpurados.

Ofrecemos a continuación extractos de la homilía pronunciada por el Santo Padre:

En este último domingo del año litúrgico la Iglesia nos invita a celebrar al Señor Jesús como Rey del universo. Nos llama a dirigir la mirada al futuro, o mejor aún en profundidad, hacia la última meta de la historia, que será el reino definitivo y eterno de Cristo (...) En el pasaje evangélico que hemos escuchado (...) Pilato pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?.Jesús, respondiendo a esta pregunta, aclara la naturaleza de su reino y de su mismo mesianismo, que no es poder mundano, sino amor que sirve”.

Está claro que Jesús no tiene ninguna ambición política. Tras la multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada por el milagro, quería hacerlo rey, para derrocar el poder romano y establecer así un nuevo reino político, que sería considerado como el reino de Dios tan esperado. Pero Jesús sabe que el reino de Dios es de otro tipo, no se basa en las armas y la violencia. Y es precisamente la multiplicación de los panes la que se convierte, por una parte, en signo de su mesianismo, pero, por otra, en un punto de inflexión de su actividad: desde aquel momento el camino hacia la Cruz se hace cada vez más claro; allí, en el supremo acto de amor, resplandecerá el reino prometido, el reino de Dios (...) Jesús (...) quiere (...)establecer su reino, no con las armas y la violencia, sino con la aparente debilidad del amor que da la vida. El reino de Dios es un reino completamente distinto a los de la tierra”.
Y es esta la razón de que un hombre de poder como Pilato se quede sorprendido delante de un hombre indefenso, frágil y humillado, como Jesús(...) Y hace una pregunta que le parecería una paradoja: “Entonces, ¿tú eres rey? (...) Jesús responde de manera afirmativa: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” Jesús habla de rey, de reino, pero no se refiere al dominio, sino a la verdad (...) Jesús ha venido para revelar y traer una nueva realeza, la de Dios; ha venido para dar testimonio de la verdad de un Dios que es amor y que quiere establecer un reino de justicia, de amor y de paz . Quien está abierto al amor, escucha este testimonio y lo acepta con fe, para entrar en el reino de Dios”.

Esta perspectiva la volvemos a encontrar en la primera lectura que hemos escuchado. El profeta Daniel predice el poder de un personaje misterioso que está entre el cielo y la tierra. (..) Esta visión del profeta, una visión mesiánica, se ilumina y realiza en Cristo: el poder del verdadero Mesías, poder que no tiene ocaso y que no será nunca destruido, no es el de los reinos de la tierra que surgen y caen, sino el de la verdad y el amor”.

En la segunda lectura, el autor del Apocalipsis afirma que también nosotros participamos de la realeza de Cristo (...)También aquí aparece claro que no se trata de un reino político sino de uno fundado sobre la relación con Dios, con la verdad. Con su sacrificio, Jesús nos ha abierto el camino para una relación profunda con Dios: en él hemos sido hechos verdaderos hijos adoptivos, hemos sido hechos partícipes de su realeza sobre el mundo. Ser, pues, discípulos de Jesús significa no dejarse cautivar por la lógica mundana del poder, sino llevar al mundo la luz de la verdad y el amor de Dios (...) Se trata de una invitación apremiante que se dirige a todos y cada uno de nosotros: convertirse continuamente en nuestra vida al reino de Dios, al señorío de Dios, de la verdad”.

Queridos y venerados hermanos cardenales, de modo especial pienso en los que fueron creados ayer, a vosotros se os ha confiado esta ardua responsabilidad: dar testimonio del reino de Dios, de la verdad. Esto significa resaltar siempre la prioridad de Dios y su voluntad frente a los intereses del mundo y sus potencias. Sed imitadores de Jesús, el cual, ante Pilato, en la situación humillante descrita en el Evangelio, manifestó su gloria: la de amar hasta el extremo, dando la propia vida por las personas que amaba. Ésta es la revelación del reino de Jesús”.



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