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miércoles, 2 de enero de 2013

BENEDICTO XVI: EN NUESTRA VIDA TENEMOS LA SEGURIDAD DEL NIÑO EN BRAZOS DE UN PADRE BUENO Y OMNIPOTENTE

Ciudad del Vaticano, 1 enero 2013 (VIS).-Este martes, solemnidad de Santa María Madre de Dios y octava de Navidad, el Santo Padre ha presidido la Misa en la Basílica Vaticana. Concelebraron los cardenales Tarcisio Bertone y Peter Kodwo Appiah Turkson, respectivamente secretario de Estado y presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz; los arzobispos Giovanni Angelo Becciu -sustituto de la Secretaría de Estado-, Dominique Mamberti -secretario para las Relaciones con los Estados-, además del obispo Mario Toso, S.D.B, secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz y el arzobispo Beniamino Stella, presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica. Hoy también se celebra la XLVI Jornada Mundial de la Paz,cuyo tema es "Bienaventurados sean los artífices de paz".

Ofrecemos a continuación extractos de la homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI:

"A pesar de que el mundo está todavía lamentablemente marcado por "focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado", así como por distintas formas de terrorismo y criminalidad, estoy persuadido de que "las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda… El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios. Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje en las palabras de Jesucristo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mensaje, 1). Esta bienaventuranza "dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana …Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación" (ibíd., 2 y 3). Sí, la paz es el bien por excelencia que hay que pedir como don de Dios y, al mismo tiempo, construir con todas las fuerzas.

"Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento, el origen, la raíz de esta paz? ¿Cómo podemos sentir la paz en nosotros, a pesar de los problemas, las oscuridades, las angustias? La respuesta la tenemos en las lecturas de la liturgia de hoy. Los textos bíblicos, sobre todo el evangelio de san Lucas que se ha proclamado hace poco, nos proponen contemplar la paz interior de María, la Madre de Jesús. A ella, durante los días en los que "dio a luz a su hijo primogénito", le sucedieron muchos acontecimientos imprevistos: no solo el nacimiento del Hijo, sino que antes un extenuante viaje desde Nazaret a Belén, el no encontrar sitio en la posada, la búsqueda de un refugio para la noche; y después el canto de los ángeles, la visita inesperada de los pastores. En todo esto, sin embargo, María no pierde la calma, no se inquieta, no se siente aturdida por los sucesos que la superan; simplemente considera en silencio cuanto sucede, lo custodia en su memoria y en su corazón, reflexionando sobre eso con calma y serenidad. Es esta la paz interior que nos gustaría tener en medio de los acontecimientos a veces turbulentos y confusos de la historia, acontecimientos cuyo sentido no captamos con frecuencia y nos desconciertan".

"Queridos hermanos, aquí está el fundamento de nuestra paz: la certeza de contemplar en Jesucristo el esplendor del rostro de Dios Padre, de ser hijos en el Hijo, y de tener así, en el camino de nuestra vida, la misma seguridad que el niño experimenta en los brazos de un padre bueno y omnipotente. El esplendor del rostro del Señor sobre nosotros, que nos da paz, es la manifestación de su paternidad; el Señor vuelve su rostro sobre nosotros, se manifiesta como Padre y nos da paz. Aquí está el principio de esa paz profunda -"paz con Dios"- que está unida indisolublemente a la fe y a la gracia, como escribe san Pablo a los cristianos de Roma. No hay nada que pueda quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las dificultades y sufrimientos de la vida. En efecto, los sufrimientos, las pruebas y las oscuridades no debilitan sino que fortalecen nuestra esperanza, una esperanza que no defrauda porque "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado".

"Que la Virgen María, a la que hoy veneramos con el título de Madre de Dios, nos ayude a contemplar el rostro de Jesús, Príncipe de la Paz. Que nos sostenga y acompañe en este año nuevo; que obtenga para nosotros y el mundo entero el don de la paz. Amén."

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