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miércoles, 2 de enero de 2013

TE DEUM: EL CRISTIANO ES HOMBRE DE ESPERANZA INCLUSO ANTE LAS TINIEBLAS QUE EXISTEN EN EL MUNDO

Ciudad del Vaticano, 31 de diciembre 2012 (VIS).-El Santo Padre presidió el lunes a las 17.00, en la Basílica Vaticana, las primeras Vísperas de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Siguieron la exposición del Santísimo Sacramento, el canto del tradicional himno 'Te Deum' en acción de gracias por la conclusión del año civil, y la bendición eucarística.

"No podemos detenernos sólo en las noticias si queremos entender el mundo y la vida; tenemos que ser capaces de permanecer en silencio y en meditación, en reflexión silenciosa y prolongada, tenemos que ser capaces de detenernos para pensar. De esta manera, nuestro ánimo puede encontrar la curación de las inevitables heridas de la vida diaria, puede profundizar en los acontecimientos que suceden en nuestras vidas y en el mundo, y llegar a aquella sabiduría que le permite valorar las cosas con ojos nuevos. Sobre todo en el recogimiento de la conciencia, donde Dios nos habla, aprendemos a mirar con verdad las propias acciones, incluso el mal presente en nosotros y alrededor de nosotros, para iniciar un camino de conversión que nos haga más sabios y mejores, más capaces de generar solidaridad y comunión, de vencer el mal con el bien. El cristiano es un hombre de esperanza, incluso y sobre todo delante de las tinieblas que a menudo existen en el mundo y que no dependen del proyecto de Dios, sino de las decisiones equivocadas del hombre, porque sabe que el poder de la fe mueve montañas, el Señor puede iluminar incluso la más profunda oscuridad".

El Año de la Fe que la Iglesia vive, prosiguió el Pontífice, "quiere suscitar en el corazón de cada creyente una mayor conciencia de que el encuentro con Cristo es la fuente de la verdadera vida y de una esperanza sólida. La fe en Jesús permite una renovación constante en el bien y la capacidad de salir de las arenas movedizas del pecado y volver a empezar. En el Verbo hecho carne es posible, siempre de nuevo, encontrar la verdadera identidad del hombre, que se descubre destinatario del amor infinito de Dios y llamado a la comunión personal con Él. Esta verdad, que Jesucristo vino a revelar, es la certeza que nos impulsa a mirar con confianza el año que vamos a comenzar".

"La Iglesia, que ha recibido de su Señor la misión de evangelizar, sabe bien que el Evangelio está destinado a todas las personas, especialmente a las nuevas generaciones, para saciar esa sed de verdad que cada uno lleva en su corazón y que a menudo resulta ofuscada por tantas cosas que ocupan la vida. Este compromiso apostólico es tanto más necesario cuando la fe corre el peligro de resultar oscurecida en contextos culturales que obstaculizan el enraizamiento personal y la presencia social. También Roma es una ciudad en la que la fe cristiana debe ser proclamada siempre de nuevo y testimoniada de una manera creíble. Por un lado, el creciente número de creyentes de otras religiones, la dificultad de las comunidades parroquiales para acercarse a los jóvenes, la difusión de estilos de vida marcados por el individualismo y el relativismo moral, por otro lado, muchas personas en busca de un significado para su existencia y una esperanza que no defrauda, no pueden dejarnos indiferentes. Al igual que el apóstol Pablo, ¡todos los fieles de esta ciudad deben sentirse deudores del Evangelio ante los demás habitantes!"

El Papa terminó su homilía animando a que después del bautismo de sus hijos, "se acompañe a los padres para que mantengan viva la llama de la fe", y que se construya "una relación de cordial amistad con los fieles, que después de haber bautizado a sus hijos, distraídos por las urgencias de la vida diaria, no muestran gran interés: podrán experimentar el cariño de la Iglesia, que como madre premurosa, se pone a su lado para favorecer su vida espiritual".

Al final de la ceremonia, Benedicto XVI visitó el Belén instalado junto al obelisco situado en el centro de la plaza de San Pedro.

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