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martes, 27 de mayo de 2014

LA IGLESIA NACE EN EL CENÁCULO Y LO HACE EN SALIDA

Ciudad del Vaticano, 27 de mayo de 2014 (VIS).-El Cenáculo, primera sede de la Iglesia naciente, lugar de la institución del sacerdocio, de la eucaristía y de la reconciliación, fue la última etapa de la peregrinación del Santo Padre a Tierra Santa. Allí Francisco celebró ayer tarde una misa en la que concelebraron los Ordinarios de Tierra Santa y los eclesiásticos del séquito papal. Debido a la reducida dimensión del lugar, la ceremonia no estuvo abierta al público.

La tradición cristiana sobre la autenticidad del Cenáculo es antiquísima y se remonta al siglo III. En el siglo IV se construye al lado la nueva iglesia llamada ''Santa Sión''. Destruida por los persas en el 614, restaurada y más tarde destruida otra vez por los musulmanes, se hallaba en ruinas, excepto la capilla y los dos pisos del Cenáculo, cuando llegan a Tierra Santa los Cruzados, que erigen una basílica de tres naves. En 1187, caída Jerusalén en manos de Saladino, el acceso se permite a los peregrinos y a los sacerdotes para celebrar la Eucaristía. Cuando los franciscanos llegan a Tierra Santa, la basílica está derruida, los frailes menores la reconstruyen y fundan también un convento . Desde entonces el Superior de la Custodia de Tierra Santa asume el título de Guardián del Monte Sion. En 1524 los musulmanes se apropian de las salas inferiores del Cenáculo afirmando que se trata de la tumba del profeta David. Poco después un decreto otomano priva también de la Sala superior a los franciscanos, obligados a abandonar igualmente el monasterio y el Cenáculo se convierte en mezquita con prohibición de acceso a los cristianos. En la actualidad el edificio del Cenáculo es propiedad del Estado de Israel (desde 1948), pero permanece bajo la jurisdicción del ''Waaf'' (Custodia de los santos lugares islámicos) de Jordania exclusivamente para su uso religioso. El jefe supremo del Waaf es el soberano jordano Abdullah II.

''Es un gran don del Señor estar aquí reunidos, en el Cenáculo, para celebrar la Eucaristía -dijo el Papa en su homilía- Al saludarles a ustedes con fraterna alegría, quisiera mencionar con afecto a los Patriarcas Orientales Católicos que han participado, durante estos días, en mi peregrinación. Les agradezco su significativa presencia, que tanto valor tiene para mí, y les aseguro que tienen un puesto especial en mi corazón y en mi oración. Aquí, donde Jesús consumó la Última Cena con los Apóstoles; donde, resucitado, se apareció en medio de ellos; donde el Espíritu Santo descendió abundantemente sobre María y los discípulos. Aquí nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espíritu de amor en el corazón. En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con su fuerza los envió a renovar la faz de la tierra. Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido''.

El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio de los pies, que Jesús realizó, como ejemplo para sus discípulos. Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido, a aquel que me resulta antipático, al que me molesta. El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristía, el sacrificio. En cada celebración eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre, para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas…, ofrecer todo en sacrificio espiritual. Y el Cenáculo nos recuerda también la amistad. “Ya no les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce-… a ustedes les llamo amigos” . El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús, y descubrir en su corazón que Él es su amigo. El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa de volver a encontrarse con sus amigos. “Cuando vaya…, volveré y les llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes” . Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la casa del Padre y allá nos quiere llevar con Él''.

''Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad –“¿quién es el traidor?”-, la traición. Y cualquiera de nosotros, y no sólo siempre los demás, puede encarnar estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos; cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados. El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de su fuente, que al principio es un arroyo y después crece y se hace grande… Todos los santos han bebido de aquí; el gran río de la santidad de la Iglesia siempre encuentra su origen aquí, siempre de nuevo, del Corazón de Cristo, de la Eucaristía, de su Espíritu Santo''.

''El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia, nuestra santa madre Iglesia jerárquica, constituida por Cristo resucitado. Una familia que tiene una Madre, la Virgen María. Las familias cristianas pertenecen a esta gran familia, y en ella encuentran luz y fuerza para caminar y renovarse, mediante las fatigas y las pruebas de la vida. A esta gran familia están invitados y llamados todos los hijos de Dios de cualquier pueblo y lengua, todos hermanos e hijos de un único Padre que está en los cielos''

''Éste es el horizonte del Cenáculo -concluyó- el horizonte del Cenáculo, el horizonte del Resucitado y de la Iglesia De aquí parte la Iglesia en salida, animada por el soplo del Espíritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre la esperanza de una renovada efusión del Espíritu Santo: Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra''.

Finalizada la Eucaristía, el Papa se traslado al aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv desde donde, a las 20,15 (hora local, 19,15 hora de Roma) emprendió el regreso al Vaticano, aterrizando en el aeropuerto de Ciampino a las 23.

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